Reflexión del Evangelio del Domingo XXI del Tiempo Ordinario


27 de agosto de 2017.Evangelio según San Mateo 16, 13-20.
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?” Ellos le respondieron: “Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas”. “Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?” Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Y Jesús le dijo: “Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.

Nos encontramos tal vez en el centro del ministerio público de Jesús. Había en Cesarea de Filipos un templo dedicado a Júpiter, del cual se podía ver salir por debajo, el suelo de roca sobre el que había sido levantado. Será precisamente aquí, muy posiblemente ante la vista de dicho templo, que Jesús hará la pregunta acerca de lo que la gente piensa acerca de quién es Él. Los apóstoles, al responder, manifiestan las opiniones cambiantes de los hombres, y todas ellas equivocadas. Sólo Pedro, movido e inspirado por la fe que recibe de lo alto, hará su primera definición infalible acerca de Cristo. Él es verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Existía en el palacio de David, como lo muestra el profeta Isaías, el cargo de mayordomo. Éste hombre tenía las llaves del palacio y era como un lugarteniente del Rey, que solo podía abrir y cerrar las  puertas. Tomando la imagen de ese cargo es como Jesús, va a establecer en su Iglesia el cargo de ser su vicario en la tierra. Es más, a Simón le cambiará el nombre, poniéndole el de Pedro. Kefá en arameo que significa piedra, porque Él, es decir Cristo, va a edificar su Iglesia sobre la fe y sobre la persona de dicho apóstol, comunicándole a él y a sus sucesores en su ministerio, el don del primado de jurisdicción para el gobierno de su Iglesia, como así también el don de la infalibilidad para definir solemnemente las verdades de la fe y de la moral del evangelio. Las puertas del Hades, o sea del infierno, no van a prevalecer contra la Iglesia de Cristo. Es así, que como dijo Aristóteles, todo hombre desea naturalmente saber la verdad. También, todo hombre desea naturalmente ser feliz. Y San Pablo escribe: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”. Serían muy pocos los hombres, que sin el auxilio divino, con mucho esfuerzo, y no sin mezcla de errores, podrían llegar al conocimiento de la verdad. Pero como Dios quiere que ella sea accesible a todos, incluso a los humildes y sin posibilidad de estudios; Él se ha revelado en Cristo, Sumo Profeta anunciado por Moisés, para dar a conocer la plenitud de la verdad. A la Iglesia le ha comunicado su Espíritu Santo, para que Éste la lleve a la verdad, y le ha conferido al Papa, sucesor de Pedro, el carisma de la infalibilidad, para poder enseñar la verdad sin error alguno. De tal manera que dicha verdad llegue a toda la Iglesia y siendo profesada por todos sus miembros, éstos puedan alcanzar el conocimiento y la salvación de Dios. También le comunicó al Papa y a la Iglesia, en la persona de Pedro, el poder de atar y desatar. Ello implicaría la capacidad que tiene la Iglesia, para dejar entrar o no a los hombres en ella. También sería el poder ofrecer la comunión con ella, o la excomunión. Y la capacidad de permitir ciertos actos como moralmente buenos y la de prohibir los moralmente perversos. La infalibilidad es un don que se da solamente en al magisterio extraordinario del Papa y de la Iglesia. Se trata de una asistencia del Espíritu Santo, que preserva al Papa de errar, cuando Él quiere definir solemnemente una verdad de fe o de moral para ser tenida así por toda la Iglesia universal. Su magisterio ordinario es sin duda también el más autorizado, pero aún así, podría darse algún error en él; no en el magisterio extraordinario, que puede ejercer el Papa solo o en el contexto de un Concilio ecuménico, nunca sin Él, es decir que tiene que ser refrendado por el mismo Santo Padre, el Papa. Ciertamente así y para nuestro bien espiritual, es como la Iglesia será siempre indefectible e infalible, de tal manera que nunca podrá el infierno prevalecer contra ella.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense