Reflexión del Evangelio del Domingo XIV del Tiempo Ordinario


09 de julio de 2017. Evangelio según San Mateo 11, 25-30.
Jesús dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y Yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
Cuando Jesús entró a Jerusalén el Domingo de Ramos, lo hizo montado en un asno, como lo predecía el profeta Zacarías. Cuando el Rey iba a la guerra solía montar un caballo, en cambio cuando su visita era pacífica, entonces montaba sobre un asno. El mesías que describe Zacarías es justo y humilde, trae la paz y su Reino abarca todos los confines de la tierra, es universal. Jesús en este evangelio habla de los pequeños como de aquellos que son capaces de recibir la revelación y el conocimiento del Padre. Es que es precisamente así la voluntad del Padre, Él quiere venir a morar en los corazones de los que son humildes. Así como también es cierto que todo lo que tiene el Hijo de Dios lo recibe del Padre, porque su Vida entera es la que del Padre procede, así también decimos que Jesucristo es el Santo y el Justo, porque su santidad y su justicia provienen, como todo lo que es Él, del Padre. También Él, es decir Dios, ha querido darnos a nosotros los hombres sus cualidades de santidad y justicia, pero no ya como algo impuesto contra la naturaleza del hombre herida por el pecado. Se dice que los fariseos y maestros de la Ley en tiempos de Jesús, cuando disertaban sobre la Ley y sus mandamientos, solían hablar del pesado yugo que la Ley significaba para Israel. Y miradas las cosas desde un punto de vista meramente carnal, sin duda que esto era así. Por eso precisamente ahora que ha venido el mesías y nos ha traído la Nueva Alianza, la Ley del evangelio será la gracia, que es un don interior y espiritual, precisamente dado por el Espíritu Santo. Será ahora el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, y que todo lo que Él tiene y es lo recibe del Padre y del Hijo, el que comunicará al hombre la santidad y la justicia de Dios. La santidad viene de Dios como gracia, las virtudes las practica, movido por la gracia y el Espíritu Santo, el hombre. Por eso dice Jesús que su yugo es suave y su carga liviana. En este evangelio Jesús no se pone como modelo sino como maestro. Nos pide que aprendamos de Él. De Él debemos aprender siempre a vivir como cristianos, la infancia espiritual, la justicia y la humildad como así también todas las virtudes que Él nos ha transmitido y enseñado. Estos pequeños que reciben el conocimiento y el amor del Padre son también los pobres en espíritu. De ellos ya hablaba el Antiguo Testamento. El concepto de Pobre y de pobreza en la Sagrada Escritura debe entenderse como un concepto espiritual y religioso. El pobre es en realidad el pequeño que tiene su corazón abierto para Dios, confía y se entrega a Él. Es decir que el hecho de no poseer bienes de este mundo y de vivir desprendido de ellos, lo hace más receptivo de Dios y de los bienes del espíritu. Así debería ser siempre, el hombre está llamado a vivir en unión con Dios, sea económicamente pobre o aún rico. Tratemos de rezar y de hacer penitencia, porque en estos tiempos, que si no son, se parecen a tiempos apocalípticos, el mundo y su príncipe se han encargado de fabricar tanto ricos y pobres que son ateos. Nunca podrá encontrarse la salida así a los problemas sociales o de cualquier origen, sin Dios. Sin Dios también cae el hombre. Por eso como decía Paulo VI en Naciones Unidas: es hora de volver a Dios.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense