Reflexión del Evangelio de la Solemnidad de la Santísima Trinidad



11 de junio de 2017. Evangelio según San Juan 3, 16-18.

Dijo Jesús: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.”

A lo largo de toda la Biblia siempre el nombre designa a la persona que lo lleva, incluso cuando Dios cambia el nombre de alguien ello se debe a que le cambia también su misión en el mundo, en la historia de la salvación y en la sociedad: Abram será Abraham que significa padre de muchedumbre de pueblos; y Simón será Pedro que significa la piedra sobre la que el Señor construirá su Iglesia. Pero cuando se trata de Dios, ya el nombre pasa a ser más bien aquello que designa una realidad trascendente, algo que al hombre se le escapa por completo. Delante de Moisés, por ejemplo, al pasar Dios por enfrente del agujero de la cueva dice su nombre y pronuncia el inefable Yahveh, al mismo tiempo que se designa a sí mismo como el Dios clemente y misericordioso, cuya medida se nos escapa completamente. Él es el Ser infinito, o el acto puro de ser, y su misericordia se ejerce sobre mil generaciones de aquellos que se arrepienten de corazón. No es el Pueblo de Israel el que elige y abarca a Dios con su mirada, sino más bien al revés, es Dios el que elige a Israel y el que lo sostiene y abarca con su mirada de Padre. En el Nuevo Testamento Dios es la Trinidad y abarca o significa la salvación redentora del hombre. La Trinidad y la redención se nos revela en esa frase de San Juan que dice Jesús: “Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único”. EL misterio de la Santísima Trinidad, es el misterio de la vida íntima de Dios que nos ha venido a revelar y a hacer partícipes Jesucristo. Es un misterio propiamente dicho es decir que sin la revelación, si Dios no lo revelara, no podríamos saber nada acerca de él por el solo uso de la razón. El misterio consiste en que en la única esencia divina o naturaleza subsisten tres divinas personas. También se podría decir que la esencia divina se da paternalmente, filialmente y espiritualmente. Dios el Padre se conoce a sí mismo y por vía de generación intelectual concibe una idea o Verbo de sí mismo, que en Dios es tan grande que es una persona distinta: el Hijo de Dios. A su vez, el Padre ama al Hijo y el Hijo ama al Padre, al punto que es tan grande el amor que hay en dios que produce o espira a una persona distinta que el Espíritu Santo. Además hay que decir que Dios se revela de forma trinitaria: es el Hijo de Dios el que habiéndose hecho hombre convivió con los apóstoles y con los hombres dándoles a conocer al Padre. Al mismo tiempo que esto hacía, se manifestaba como el Hijo de Dios. Finalmente nos dará el don del Espíritu Santo que es el que nos va a explicar al Hijo de Dios en y por medio de la Iglesia a la que va a animar como alma. Por eso es la Iglesia la que tiene autoridad para explicar el Evangelio de Cristo, porque en realidad es el mismo Espíritu Santo el que lo explica en ella y por ella. Y finalmente podemos decir que Dios nos salva a los hombres, a la humanidad entera de una forma trinitaria: el Padre entrega a su propio Hijo a la muerte de cruz y a los más temibles tormentos, para derrotar al demonio, a la muerte y al pecado y así perdonar el pecado del hombre y darle su salvación y su gracia. Es pues el Amor del Padre, la Gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo, lo que Dios nos otorga en esta vida para que podamos contemplar y ver cara a cara en la visión beatífica, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. O mejor dicho; al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, que es el Camino de la Salvación.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense