28 de mayo de 2017. Evangelio según San Mateo 28,
16-20.
Después
de la resurrección del Señor, los once discípulos fueron a Galilea, a la
montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de Él; sin
embargo, algunos todavía dudaron. Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido
todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos
sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Yo les he mandado. Y Yo estaré con
ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.
Cuarenta días después de Pascua, es
decir de la resurrección de Cristo, el Señor se despide de sus discípulos, que
ya no le verán más, como en aquellos días de su convivencia con ellos hasta su
muerte, hasta que se cumplan los tiempos de su venida segunda y futura al fin
de los tiempos. Jerusalén es, para San Lucas, el punto de llegada o el fin de
la misión de Cristo sobre la tierra; y también será el punto de partida o
inicio de la misión de los Apóstoles. Es precisamente en un monte de las
afueras de Jerusalén que sucederá la visible ascensión de Cristo resucitado y
glorioso a los cielos. Habrá un lugar del cielo, tal vez en la misma esencia
divina, que alojará la humanidad física y gloriosa del Señor resucitado. Cuando
los discípulos se quedan mirando a los cielos el misterio de la Ascensión, son
los ángeles de Dios los que se encargan de anunciarles que ya es hora de trabajar
por el Reino de los cielos en la tierra, porque a Jesús lo habrán de volver a
ver cuando venga, así como se ha ido, entre las nubes del cielo, al fin de los
tiempos. Uno de los apóstoles le había preguntado si ya habían llegado los
tiempos en que el Mesías habría de restaurar el Reino de Israel. Jesús dirá que
no les toca a ellos, sino al Padre el conocimiento y la determinación del
tiempo en que su Reino ha de venir a cumplirse. En cambio les anuncia que
habrán de ser testigos suyos hasta que Él vuelva, en Jerusalén, Samaría y hasta
los confines de la tierra. La historia en su sentido horizontal, ha recibido un
corte que le ha dado la acción del Señor, en un sentido vertical, por su
encarnación, por la que desciende a la humanidad, que asume para estar con nosotros;
y por su Ascensión, por la que vuelve con nuestra humanidad asumida, al mismo
Padre de donde ha venido y a Aquel por el que ha sido enviado. El Antiguo
Testamento había consistido en el tiempo de la paciencia y de la preparación de
su venida. Incluso San Agustín dividía la historia en siete etapas: De Adán hasta
Noé, de Noé hasta Abraham, de Abraham hasta David, de David hasta la
transmigración a Babilonia, desde la transmigración a Babilonia hasta Jesús en
su primera venida; luego el Nuevo Testamento inaugurado por Cristo, el tiempo
de la Iglesia, que va de la primera venida de Cristo hasta la Segunda al fin
del tiempo; tiempo escatológico o últimos tiempos inaugurados por Cristo ya en
su primera venida. Cuando Él vuelva con el juicio final y la resurrección de
todos los muertos, inaugurará la gloria de la eternidad. En San Mateo, Jesús
deja las últimas instrucciones con el triple ministerio encomendado a los
Apóstoles: enseñar, santificar y gobernar a la Iglesia para la salvación de las
almas. Él ha recibido todo poder, les dice, ya que después de su resurrección
la gloria de Dios ha pasado a su humanidad, que ahora tiene, transmitida por
Dios, su mismo poder divino, y que les confiere la autoridad de Cristo mismo y
de su Espíritu, a los hombres designados por Él, para transmitir su Reino, su
vida y su paz. El Señor ha sellado y ha cumplido su Nueva Alianza con la
humanidad y el hombre ya está redimido por Dios. Ahora le toca al mismo hombre,
es decir a todos y cada ser humano el vivir esta gracia aprovechándola para su
salvación.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense