02 de Abril de 2017. Evangelio según
San Juan 11,1-7. 20-27. 33b-45.
Había
un hombre enfermo, Lázaro de Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta.
María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le seco los pies con
sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas de
Lázaro enviaron a decir a Jesús: “Señor, el que tú amas, está enfermo”. Al oír
esto, Jesús dijo: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para
que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. Jesús quería mucho a Marta, a su
hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que éste se encontraba enfermo, se
quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos:
“Volvamos a Judea”. Al enterarse que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro,
mientras María permanecía en la casa: Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras
estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te
concederá todo lo que le pidas”. Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta
le respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día”. Jesús le
dijo: “Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera,
vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” Ella le
respondió: “Si, Señor, creo que Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que
debía venir al mundo”. Jesús, conmovido y turbado, preguntó: “¿Dónde lo
pusieron?” Le respondieron: “Ven, Señor, y lo verás”. Y Jesús lloró. Los judíos
dijeron: “¡Cómo lo amaba!” Pero algunos decían: “Éste que abrió los ojos del
ciego de nacimiento, ¿no podía impedir que Lázaro muriera?” Jesús,
conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra
encima, y dijo: “Quiten la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le
respondió: “Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto”. Jesús le
dijo: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?” Entonces
quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: “Padre, te doy
gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero lo he dicho por esta
gente que me rodea, para que crean que Tú me has enviado”. Después de decir
esto, gritó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven afuera!”. El muerto salió con los
pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús
les dijo: “Desátenlo para que pueda caminar”. Al ver lo que hizo Jesús, muchos
de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él.
Cristo derrota a la muerte, con la
resurrección de su amigo Lázaro, que habría de llevarlo a su muerte, es decir a
la de Jesús, y especialmente con su propia resurrección, que habría de llevarlo
a su gloria. La muerte de su amigo es para gloria de Dios. Podríamos decir que
nuestra propia muerte está destinada a ser para la gloria de Dios. Ya no
estamos más atrapados por ella, sino que el hombre de fe sabe bien que el Señor
le resucitará al fin de los tiempos. Pero ya ahora, aunque el cuerpo deba
morir, el alma está resucitad a una nueva vida en Cristo por su bautismo. El
bautismo cristiano es lavado y purificación del pecado, es iluminación por la
fe, y es resurrección por la vida nueva que nos da y otorga al conferir el don
del Espíritu Santo. El que cree en Cristo no morirá eternamente, porque por la
fe podrá alcanzar la salvación de su alma y por lo tanto escapará a la muerte
eterna que es la separación de Dios en la vida futura. Y el que cree en Cristo
aunque muera vivirá, porque si bien el cuerpo debe morir por el pecado de Adán,
y aunque por sí mismo es bueno, sin embargo conlleva un principio de pecado, el
desorden de la concupiscencia que lleva al pecado; al estar animado por el
Espíritu Santo, ya tiene en sí el principio de la resurrección y la vida nueva,
que es la vida en Cristo y en unión con Cristo es coheredero de la vida eterna.
Aunque todavía no estamos en el cielo, ni en la gloria, sin embargo ya los
vivimos aquí por la fe y el Espíritu Santo. Son los mísitcos como santa
Teresita y santa Isabel de la Trinidad quienes dirán frases como: “paso mi
cielo en la tierra”, por su unión grande con Cristo. La resurrección de Lázaro
fue un signo de todo ello, singularmente de que Cristo, el Hijo de Dios es la
Resurrección y la Vida y ha venido a conferirlas a todos los que creen en Él y
ponen por obra su voluntad, así como Él lo hizo con la voluntad de su Padre.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense