19
de marzo de 2017. Evangelio según San Juan 4, 5-15. 19b-26.39ª. 40-42.
Jesús llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar,
cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José. Allí se encuentra el
pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era
la hora del mediodía. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo:
“Dame de beber”. Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos. La
samaritana le respondió: “¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí,
que soy samaritana?” Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice:
“Dame de beber”, tú misma se lo hubieras pedido, y Él te habría dado agua
viva”. “Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es
profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva? ¿Eres acaso más grande que nuestro
padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mimo que sus hijos y
sus animales?” Jesús le respondió: “El que beba de esta agua tendrá nuevamente
sed, pero el que beba del agua que Yo le daré, nunca más volverá a tener sed.
El agua que Yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la
Vida eterna”. “Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más
sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. Después agregó: “Señor, veo que
eres un profeta. Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que
es en Jerusalén donde se debe adorar”. Jesús le respondió: “Créeme, mujer,
llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén ustedes adorarán al Padre.
Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la
salvación viene de los judíos. Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que
los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque
esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu y los que lo
adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad”. La mujer le dijo: “Yo sé que el
Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando Él venga, nos anunciará todo”. Jesús
le respondió: “Soy Yo, el que habla contigo”. Muchos samaritanos de esta ciudad
habían creído en Él. Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le
rogaban que se quedara con ellos, y Él permaneció allí dos días. Muchos más
creyeron en Él, a causa de su palabra. Y decían a la mujer: “Ya no creemos por
lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es
verdaderamente el Salvador del mundo”.
Jesús,
pasando por Samaría, al llegar al pozo de Jacob en Sicar, se encuentra con una
mujer samaritana, y entabla con ella un diálogo impresionante. Todo parece
girar al principio en dos preguntas y sus respectivas respuestas. ¿Cuál es el
don de Dios? Y ¿Quién es Jesús? El don de Dios, dado por Cristo a los hombres,
es la gracia y el Espíritu Santo, que es ese manantial que desde el corazón
brotará hasta la vida eterna. Todo es gracia, y el hombre la recibe sin ningún
merecimiento previo; por eso podemos ver que es un puro regalo de Dios. En
cuanto a quién es Jesús, la mujer va como subiendo por grados, le pregunta si
Él es más grande que Jacob, luego afirma que se da cuenta que Él es un profeta;
y al hablarle acerca del Mesías, es Jesús mismo quien le responde con la
afirmación de que es Él mismo. También aparece la cuestión sobre el verdadero
culto que el Padre quiere. Los samaritanos adoraban a Dios en el monte Garizim,
en cambio los judíos en Jerusalén. Muy asombrada habrá quedado la mujer al oír
a un judío como Jesús relativizar el culto en el lugar de Jerusalén. Es que
Jesús trae a la tierra el verdadero culto que agrada al Padre y ese es un culto
y adoración en espíritu y en verdad. El templo de los judíos estaba en
Jerusalén, pero al llegar Cristo al mundo, su cuerpo será su templo: “Destruid
este templo y en tres días lo reedificaré”, dirá en su momento a los religiosos
judíos. Y eso lo decía de su cuerpo. Ahora habrá tantos templos como sean los
que puedan alojar su cuerpo eucarístico, y donde éste se encuentre allí se dará
el verdadero culto al Padre. El culto al Padre es el sacrificio de su Hijo, del
cual nos ha venido el regalo de su gracia y el don de su Espíritu.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense