25
de diciembre 2016. Evangelio según San Juan 1, 1-5. 9-14.
“Al
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la
Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas
fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de
todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de
los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la
percibieron. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este
mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue
hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos,
y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a
los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de
Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de
la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la
Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos
visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único,
lleno de gracia y de verdad”.
San
Juan emplea la palabra griega Logos, que se traduce como Palabra,
para indicar la identidad de Jesús en Dios. Estando en Grecia, el
apóstol posiblemente toma del vocabulario filosófico griego dicho
término, ya utilizado por Heráclito de Éfeso, pero de mucho mayor
significado en la filosofía platónica. Para Platón, que afirma un
mundo trascendente de Ideas, el Logos sería la idea ordenadora de
todas las ideas, en ese mundo que él afirma. Pero ese mundo de las
ideas puede muy bien coincidir con los términos bíblicos de Palabra
y Sabiduría. Dios había creado todo el universo mediante su
Palabra, que al pronunciarla lleva de hecho a la realización. El
término de Sabiduría, que aparece personificada en el libro de los
Proverbios, y divinizada, es decir como un atributo divino, en el
libro de la Sabiduría. Todo ello coincide, podríamos decir, con la
mente de Dios. Dios que se conoce así mismo tiene una idea de sí en
la que se conoce a sí mismo y a todas las cosas que proceden de su
omnipotente sabiduría. Y esa idea es una persona distinta en Dios.
El Padre engendra al Hijo, quien es la expresión del Padre en Dios
mismo y por lo tanto al encarnarse viene también a ser la expresión
del Padre para los hombres del mundo. Al hacerse hombre vino a los
suyos, es decir al pueblo de Israel, que no lo recibió. Pero a todos
los que lo reciben, aceptando el hecho de que Él es el Revelador del
Padre, y que en Él se ha dado el tope o máximo de la Revelación
del Dios verdadero, a esos les ha dado el llegar a ser hijos
adoptivos de Dios por su gracia. Es por eso que la Navidad no es
solamente la celebración del nacimiento de Cristo, el Hijo de Dios
hecho hombre; sino también la celebración del nuevo nacimiento de
los hombres, a la vida de hijos de Dios. La gracia que perdimos en
Adán, la hemos recuperado en Cristo, él nos la ha devuelto,
restaurando al hombre en la gracia de Dios. El paraíso que perdimos
juntamente con el Cielo y la gloria, los hemos recuperado por la
venida de Cristo al mundo. Él ha dividido la historia en dos partes,
Ante Cristum natum, es decir antes de Cristo y Annus Domini, es decir
después de Cristo, contada desde el año de su nacimiento. Este
mundo visible y también el invisible y trascendente han cambiado por
Él. Después del viernes santo estarán abiertas las puertas de los
cielos, antes no lo estaban y los justos de la antigüedad no
pudieron ver a Dios sino a partir de ese momento. No existía la
fraternidad de la Gracia en el nuevo pueblo de Dios que es la Iglesia
sino también a partir de su venida al mundo. Y los hombres no
podíamos conocer el misterio del verdadero Dios sino hasta que Él
nos lo viniera a revelar. Íbamos tanteando a oscuras, ahora, por la
fe en Él, ya podemos aunque también a oscuras sin embargo ver. En
la Gloria se disipará toda oscuridad por la visión cara a cara.
Pbro.
José D´Andrea
Capellán
Castrense